[3]
EN
EL MAR CASPIO
El
día es claro. En la recepción del hotel
la señora que nos atendió el primer día ya está en su mesa de trabajo con su
cabeza cubierta con una pañoleta. Camino hacia la playa. Hombres y mujeres
corren por el boulevard. Hay dos maneras de llegar a la playa: a través de una
pasarela levantada sobre los rieles del tren y por un pasaje subterráneo. Decido ir por el elevado cuyas escaleras
tienen escaños muy separados. En la mitad de la pasarela me detengo para
contemplar la línea férrea que en algunos trayectos tienen curvas antes de
transformarse en una recta que se hace difusa en el infinito.
¡El
Mar Caspio! No me imaginé que llegaría a estar aquí. Sólo había escuchado de
esta masa de agua en algunas clases de Geografía y de una manera muy tangente o
de pasada cuando se hablaba de algún pueblo antiguo o algún hecho histórico.
Estoy
frente al Mar Caspio. Veo sus aguas azules cruzadas por aves, sus olas y su
arena sobre la cual camino como lo hace mucha gente. Pensaba bañarme, pero me dijeron
que el agua estaba muy fría para esta época; sin embargo, veo a jóvenes y no
tal jóvenes, mujeres y hombres que se lanzan para darse un baño.
El
sol se asoma sobre el mar cautelosamente, pero con firmeza. Su disco brillante
es enigmáticamente hermoso; y es imposible no haber sido considerado como un
dios entre los pueblos de la Antigüedad cuando todavía guarda miles de secretos
por ser la fuente de la vida y también de la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario