Entramos
al Museo de la Vodka. Nos atiende una
joven que nos da las explicaciones preliminares para el recorrido. Hay muchas
vitrinas con cientos de botellas y muchas marcas diferentes de vodka de diferentes
periodos.
Cuando
hablamos con la chica se acerca una gata y me lame el pelo.
Es muy mansa. Se llama Catalina porque le quitó
unos adornos al traje de una estatua muñeca de la zarina Catalina II de Rusia
que se encuentra en el museo. Esa labor gatuna de despojar el traje de la reina
de sus atributos decorativos hizo que le pusieran ese nombre.
La joven nos cuenta la siguiente historia de
la gata Catalina: una mañana encontrándose en una estación del Metro escucho
unos débiles maullidos de gato. Precisó que los lastimeros llantos provenían de
los propios rieles del Metro. Llamó a la central de vigilantes en busca de
ayuda. Pero nadie acudió. Entonces se inclinó hacia la pista de los trenes y empezó a mover las manos para
que el vagón que se aproximaba se detuviera. El chofer detuvo la máquina. La
muchacha llamó a la gatita con dulzura y el animalito se desplazó hasta ella
evitando milagrosamente el peligroso cableado eléctrico.
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